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Válgame Dios, señora, siempre pensando cosas tristes! Verá usted cómo en Montevideo va á todos los bailes, al teatro, á todas partes, y hemos de tener todos los días que hacer lo mismo que hoy—repuso Luisa, colocando el vestido s0bre una silla.

— —No, Luisa, me basta con hoy. Hoy por todos los días de mi vida. Dáme aquel otro vestido.

Y Luisa tomó de sobre un sofá un traje de moaré blanco, con tres guarniciones de fleco, formado del mismo género, con enchos encajes de Inglaterra, en el pecho y en las mangas; tela de los más ricos tejidos de Francia, y de un valor mayor aún que el vestido de blondas.

Este traje, más regio y más ajustado al seno y & los hombros, dibujaba con más coquetería. las formas encantadoras de Amalia, y mereció los hoHores de la contemplación por más largo rato que el primero.

Pero después, el misino movimiento de cabeza y el misino gestito, le dieron su pase, con satisfacción de Luisa, que no pudo menos de decir:

— Ve usted, señora? si no hay otro como el de encajes.

—No, Luisa; ninguno de los dos.

—Mire usted, señora, yo estoy segura de que él querría verla á usted con el primero.

Me verá alguna vez, pero no hoy.

—Hoy, hoy.

Y por qué?

Porque es el más rico.

—¡Bah1 —Y porque es el que mejor le sienta.

—Eso es lo que no creo; y si lo creyese...

—¿Qué, señora?