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pestañas como el primer rayo del alba por las sombras que aún bordan el Oriente, participaban también de la animación de su rostro.

Todo era extraño en ella.

Lu .

En el momento en que nos acercamos estaba do pie delante de uno de sus guardarropas, en cuya puerta de espejo habie colgado un magnifico vestido de blondas, con lazos de ancha cinta, blanca también, en la cintura y en las mangas.

Lo miraba. Tomaba la falda con sus dedos de rosa y la alzaba un poco como examinando mejor aquells nube, aquel vapor de un precio y de un gusto inestimables; mientras que la niña seguía todos sus movimientos, tocando y examinando también, cuanto tocaba y examinaba su señora.

—Este, Luisa. Este es el més elegante—dijo al fin Amalia mirando por todos lados el precioso vestido.

—Sí, yo creo que sí, señora. ¿Quiere usted probárselo ?

—Sí, pues. Dame un ,viso—y al decir esto,desató el cordón de seda de su cintura y se quitó el batón, descubriendo sus hombros y sus brazos, como tentaciones del amor, como prodigios de un artifice que debió enamorarse de su propia obra.

En dos minutos un crujiente viso de raso blanco cubría aquellas formas encantadoras, y era prendido sin dificultad & su leve cintura por las manos de la graciosa Luisa.

—El vestido ahora dijo Amalia pasando, ligera como un fantasma, & perarse enfrente de un espejo de siete pies de altura, colocado desde el suelo; y el vestido pasó luego por su cabeza co-