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un dolor de muelas que privó, el año de 1820, ontrar a la plaza con el cuerpo de milicias que mandaba, al ejército del general Rodriguez y que Itosas festejaba sin embargo, como un gran hecho militar, que su cuerpo se hubiese batido sin él.

Pero dejemos á la ciudad un momento; y desde la barranca de Balcarce, antes de descender contemplemos la Naturaleza un momento tam— bién.

La luz es un océano de oro en el espacio.

El firmamento está transparente como la inocencia.

El aire es suave y acariciador como el aliento de una madre.

Los prados están risueños y matizados con todos los colores, bajo la luz clarísima que los baña: es el manto de la esperanza extendido sobre la tierra, con toda su riqueza, con todos sus caprichos, como el cendal de las ilusiones sobre el alma enamorada de la mujer en su primera vida.

Todo allí es bello, suave y amoroso; es el contraste vivo con la naturaleza moral de la ciudad vecina.

Pero bajemos.

Hay una cosa más bella y amorosa todavía.

Hay un contraste más vivo y más latente; una sofisticación de la fortuna ó de la desgracia; ó más bien, una bellísima ironía de cuanto está sucediendo en esos momentos: Amalia.

Amalia mintiendo felicidad, sin creerla ella misma.

Amalia, bella como nunca. Apasionada como el alma del poeta. Tierna como la tórtola en su nido. Derramando una lágrima del corazón sobre su propia felicidad, y feliz con su llanto. Misterio