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la menor de sus ideas, ni al ministro de Estado del Gobierno oriental. Las palabras del almirante se redujeron siempre á éstas, ó parecidas: «Mi »posición es muy delicada: mis simpatdas por le >causa oriental y argentina son muy vivas: sería »preciso no tener corazón para no sentirlas: haré »por esa causa cuanto sea compatible con mis de»beres.» A estas frases solía con frecuencia agregarse un incdio no común en la diplomacia: la emoción y las lágrimas del almirante. (2) Sin embargo de esta sensibilidad, el plenipotenciario francés dejaba entrever que, según sus instrucciones, ni á la República Oriental, ni á les tropas que estaban á las órdenes del general Lavalla, había reconocido la Francia por aliados, sino como auxiliares que la casualidad le había proporcionado.

Pero la emigración decía bien alto que los orientales argentinos tenían derecho á ser ayadedos por la Francia hasta terminar su cuestión con Rosas, invocando la justicia, el honor y la conveniencia.

—M Antes de adoptar la Francia—decían,—el medio de las alianzas locales contra Rosas, antes que su Gobierno y eus Cámaras aprobasen, tan solemnnemente corrio lo han hecho, el sistema adoptado por sus agcutes, debió ella misma prever las consecuencias del compromiso en que entraba. Pero, después de formadas las alianzas, después de comprometidos los pueblos del Plata, sobre la fe (1) Muchos ejemplos hubo de esto: lagaimas y emoción al recibir la visita del jovon hijo del general Lavalie, á nombre de sa madro: emoción muy notablo al oir á uno de los señoros encargados de presentarle la petición de los franceses; emoción también en una conferencia con el coronel argentino, D. F. Vo lasco. (Documentos de la época.)