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Pero todo caía vencido por el terrorismo.

Rosas, poseedor del secreto de su triunfo real, ya no pensaba sino en vengarse de sus enemigos, y en acabar de enfermar y postrar el espíritu público á golpes de terror. El dique había sido roto por su mano, y la Mazorca se desbordaba como un río de sangre.

L A La sociedad estaba atónita; y en su pánico buscaba en las más pueriles exterioridades un refugio, una salvación cualquiera.

En menos de ocho días, la ciudad entera de Buenos Aires quedó pintada de colorado. Hombres, mujeres, niños, todo el mundo estaba con el.pincel en la mano pintando las puertas, las ventanas, las rejas, los frisos exteriores, de día, y muchas veces hasta el alta noche. Y mientras parte de una familia se ocupaba de aquello, la otra envolvia, ocultaba, borraba ó rompía cuanto en el interior de la casa tenía una lista azul ó verde. Era un trabajo del alma y del cuerpo, sostenido de sol á sol, y que no daba á nadie sin embargo, la seguridad salvadore que buscaba.

La mayor parte de las casas habían quedado sin sirvientes.

La ciudad se habla convertido en una especie de cementerio de vivos. Y por encima de las azoteas, ó con salidas de carrera, los vecinos se comuniceban las noticias que sabían de la Mazorca, Este famoso club de asesinos corría las calles día y noche, aterrando, asesinando y robando, á la vez que en Santos Lugares, en la cárcel y en los cuarteles de Mariño de Cuitiño, se le hacía coro con la agonía de las víctimas.

Ta entrada de la Mazorca en una casa repre-