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de un mundo, á quien la ambición, la ignorancia y la superstición sofocaban.

La esclavitud de la América, que empezó desde el primer instante de su descubrimiento, fué gemela de una completa revolución en Europa; y por una de esas reproducciones pasmosas que se encuentran en la historia de la humanidad, su libertad lo fué de otra no menos vasta revolución europea.

Los grandes movimientos sociales pueden ser la obra de un solo hombre, de una sola palabra; pero sus consecuencias no pueden ser calculadas, ni contenidas muchas veces por una generación ni por un siglo. Y la reunión de los Estados Generales en Francia estuvo muy lejos de prever que aquella seria la causa generatriz de la decapitación de una familia defendida por Dios, del derrocamiento de un trono afianzado por los siglos, de la improvisación de una república, de un imperio, del cataclismo universal de la Europa, de la canonización de la filosofía del siglo xvIII , y por último, la causa indirecta de la libertad de las colonias españolas en la América, oprimidas por el poder incontrastable de su metrópoli; pero así sucedió sin embargo.

La raza americana tenía ya la conciencia de su situación desgraciada. La naturaleza meridional no había desmentido su generosidad con la inteligencia de los americanos; y la sangre española, tan ardiente como orgullosa, estaba en sus venas.

Los sucesos de la Europa llegaban furtivamente; pero al fin llegaban hasta ellos. Algunos hbros del siglo XVIII , algunos debates de la Convención francesa, algunos periódicos de la Repúblina se escurrían de contrabando entre las merca-