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Señora—dijo Santa Coloma quitándose su sombrero, yo no he tenido la intención de hacer á usted ningún mal, ni sabía quién vivía aquí.

He creído que podrían haber salido de esta casa algunos de los que se han embarcado hace poco por esta costa, pues acabo de batirme con una balienere enemige muy cerca de aqui, y como 20 hay más casa que ésta...

Vino usted á echarme las puertas abajo, ¿no os eso?—lo interrumpió Amalia para acabar de dominar el espíritu de Santa Coloma.

—Señora, como no me abrían, y vela luz... pe1. dispense usted. Yo ignoraba que aquí viviese una amiga de doña Manuelita.

—Está bien, ¿quiere usted entrar ahora y registrar la casa?—y Amalia hizo un movimiento como para salir á abrir.

—No, señora, no. Sólo le pido á usted el favor de permitirme que verga mañana, & componer la puerta que quizá se La estropeado.

—Mi gracias, señor. Mañana pienso irme á mi casa del pueblo, y esto no es nada.

—Yo mismo—prosiguió Santa Coloma,—voy á pedirle disculpas á doña Manuelita. Créame usted que ha sido sin intención.

—Todo la creo á usted, y no hay necesidad de disculpas; porque por mi boca nadie sabrá lo que ha ocurrido; usted se ha equivocado y eso es todo lo que hay—repuso Amalia endulzando su voz todo cuanto le era posible en su situación.

—Señores, á caballo; esta es una casa federal gritó Santa Coloma á los suyos.—Vuelvo á pedir á usted perdón—continuó volviéndose á AreJia.—Buenas noches, señore, No quiere usted descansar un momento?

AMALIA 18.—TOMO II