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Santa Coloma desdobló la carta sin quitar los ojos de aquella mujer que á la luz del fanal le hería la imaginación, como algo de encantamiento en aquel lúgubre y solitario lugar. Miro luego la firma de la carla y la sorpresa se pintó en au rostro, que no dejaba de ser varonil é interesante.

—Tenga usted la bondad de leer fuerte para que todos oigan—dijo Amalia.

—Señora, yo soy el jefe do esta partida, y con que yo lea es bastante contestó aquél, y se impuso del contenido de esta carta, que el lector debe conocer también y que decía:

«Señora doña Amalia Sáenz de Olabarrieta.

»Mi distinguida compatriota: He sabido con »mucho disgusto que se han atrevido á incomodar »á usted en su soledad, sin motivos, y sin orden »de batita, lo que es un gran abuso que él repren»deria si lo supiese. La vida que usted lleva no »puede inspirar sospechas á nadie, sino a los que »toman el nombre del Gobierno para sus fines par»ticulares: usted está en el número de las perso»nas que más distingo, y le ruego, como una ami»ga, quo me comunique al momento, si otra vez »fuese usted molestada; porque, si es sin orden »de tatita, como no lo dudo, yo se lo avisaré á él »en el acto, para que no se abuse de su nombre »otra vez.

»Crea usted que será un momento muy feliz »para mí aquél en que pueda serle útil su obse»cuente servidora y amiga.—Manucla Rosas.

Agosto 23 de 1810...