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dida, no so atrović á replicarlo y entró con Luisa en el aposento.

H Entretanto, Pedro y Eduardo fueron á colocarse entre las dos ventanas, quedando cubiertos por la pared.

Estas precauciones no fueron inútiles, pues apcnas habían ocupado aquel lugar, cuando los vidrios saltaron en mil pedazos y algunas balus atravesaron la salal'ero afuera también tomaban sus medidas. Conocían bien que había gente en la casa, puesto que la puerta estaba cerrada por adentro y se veía luz por los agujeros que habían hecho las balas.

Y esta resistencia á abrir los exasperaba más, á ellos que tralan sable y tercerola y que, por consiguiente, eran agentes de la autoridad todopoderosa del Restaurador.

De repente, un golpe tremendo, un empuje casi irresistible, hizo rechinar los goznes y crujir los marcos de la puerta, que parocia pronta a saltar toda entera, pues hasta las paredes se conmovieron cual si las sacudiese un terremoto.

Ab, ya sé, y para esto no hay remediodijo Pedro saliendo del lugar en que estaba, anartillando su tercerola y dirigiéndose al zaguán, mientras que Eduardo, preparando también sus pistoles, iba é su lado con los ojos chispeantes, la boca entreabierta y apretando convulsivamonte ses armas.

Amalia, que sintió y vió todo esto, ocurrido en nenos de un segundo, iba á precipitarse del aposento, cuando Luisa se achó á sus pies y le abruzó las rodillas.

Un segundo golpe, sin vibración; pero pujante, plomo, hizo estremecer de nuevo toda la casa,