Página:Amalia - Tomo III (1909).pdf/239

Esta página no ha sido corregida
— 235 —

nía en los bolsillos de su pantalón, examinó los sebos, y tomando luego su espada, salió al patio y colocóla desnuda en un rincón.

En ese momento, Amalia llegaba también al patio con la inocente Luisa pegada á su vestido, que por segunda vez le repetía:

—Señora, ¿quiere usted que rece?

—Sí, hija mis, anda á la sala y reza.

La noche había cubiertose con todo su ropaje de sombras y la tormenta se sernia sobre la tierra.

No bien había cambiado Amalia algunas palabras con Eduardo y con Pedro, cuando se sintió el rumor de voces cerca de la puerta, y luego los sables y las espuelas de algunos que se desmontaban; y entonces pasaron a la sala, cuya puerta daba al pequeño zaguán.

Al entrer, un espectáculo tierno y sublime los detuvo á la puerta: la vista de Luisa, hincada, con sus manecitas juntas en actitud de súplica, rezando delante al crucifijo de Amalia.

Parecía que se esperaba la última palabra de esa oración de la inocencia elevada á Dios, en medio de la noche y de los peligros, para comenzar la primera escena de aquel drama que presagiaba un terrible desenlace, puesto que, en el acto de levantarse la niña, y de entrar los que la observeban, una decena de recios golpes fueron da—' dos en la puerta de la calle.

Nuestro plan está ya concertado con Pedro —dijo Eduardo dirigiéndose & Amalia: no abriremos, no responderezos. Si se cansan y se van, tanto mejor. Si intentan echar la puerta abajo, tendrán que trabajar mucho, pues es gruesa y