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281 H Veamos, pues?

—La primera y la segunda descargas han sido de tercerola, y la última de fusil.

—Esa es mi misma idea.

—A cualquiera que tenga oídos se le ocurre lo mismo repuso Pedro, que parecía estar de malísimo humor con todos por el peligro que acababa de correr su señora, y como para evitar más preguntas, se fué á encender luz en el aposento en que dormían Eduardo y Daniel cuando se quedeban en la «oasa sola, y que se hallaba en el otro extremo de las tres habitaciones de Amalia.

Cuando ésta entró en la sala y se quitó de la cabeza el pañuelo de seda que la cubría, Eduardo no pudo menos de sorprenderse al mirar la excesiva palidez de su semblante.

La jóven se sentó en una silla, afirmó el codo en una mesa y posó su frente sobre su blanca y delicada mano, mientras Eduardo había pasado al comedor, á obscuras, y abriendo la ventana, ponin toda su alma en el oído porque la densidad de las sombras cra cada vez mayor y no se podía distinguir cosa alguna.

Nada se ola.

No parecía que la vida acabese de enviar tanta muerte un momento antes.

Cuando volvió á la sala, todavía permanecía Amalia en la misma actitud.

—Basta, mi Amalia, basta; ya ha pasado todo, y Daniel irá riéndose en este momento—le dijo scntándose á su lado y arreglando unas hebras de los locios cabellos de su amada, que se habían descompuesto con la presión de la mano.

Pero tanta bala! Es imposible que no hayan herido á alguno.