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220 IX

LA RONDA FEDERAL

Todavía Eduardo tenía vuelta su gallarda cabeza bacia la dirección de la descarga y las manos llevadas instintivamente a los bolsillos donde tenía sus pistolas, cuando la voz de Amalia interrumpió el silencio de aquel lúgubre recinto, exclamando:

—¡Sube, sube, por Dios!—oprimiendo el brazo de su amado y queriendo arrastrarlo con sus débiles manos.

Eduardo, comprendiéndolo todo, y el peligro de que permaneciese Amalia un minuto más en aquel lugar, la tomó por la cintura con su robusto bra20, diciéndole :

—Si, pronto, no hay que perder un momentomientras que Luisa, prendida del vestido de su señora, quería darle apoyo también para subir ligero.

Apenas habrían caminado dos minutos, cuando una segunda descarga los detuvo maquinalmente á todos, haciéndoles volver la vista en la dirección qua traía el sonido, y entonces percibieron claro,