Página:Amalia - Tomo III (1909).pdf/232

Esta página no ha sido corregida
— 228 —

Vamos—dijo al fin Danicl, y tomando á su Florencia de la mano, la separó de Luisa que lloraba también, y alzándole por su cinture de silfide, la puso de un salto en la ballenera, donde ya estaba madama Dupasquier al lado del oficial.

Todavía un jadiós! se cambió entre Florencia, Amalia y Eduardo; y á una voz del oficial la baIllencra se desprendió de tierra, viró luego hacia el Sur, y enfiló la costa con su vela tiriana desplegada, y sin las precauciones con que se había acercado un cuarto de hora antes. Seguía la costa con la intención de tomar más abajo un cuarto más de viento en su bordada al Este.

Amalia, Eduardo y Luisa, la siguieron con sus ojos hasta que se perdió entre las sombras.

Entonces posó Amalia su brazo en el hombro del bien querido de su alma, y alzó sus lindos y tranquilos ojos á contemplar los fragmentos de nubes que volaban entre las alas de la brisa, y que de vez en cuando dejaban ver aparecer los astros, mientras que Eduardo la contemplaba embelesado, rodeando con su brazo derecho su cintura.

Ocho minutos habrían pasado apenas, cuando una súbita claridad y la detonación de una descarga de mosquetería, en la costa, y hacia el lado en que navegaba. la ballenera, vino á herir de súbito, y como un golpe eléctrico, los corazones de Amalia, de Eduardo y de la tierna Luisa.