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tener lugar al otro día. Y se necesitalan tres por lo menos para combinarse de nuevo con la estación francesa.

—Tardan—dijo Amalia, que era quier conservaba más soreno su espíritu, porque no había nada que agitase, ni la felicidad ni el peligro de la muerto, é aquella naturaleza dulce, tiena y melancólica.

—El viento quizá—repuso Daniel buscando un pretexto que cabrase algo la inquietud general, y en la que tomaba él la mayor parte.

De repente, Amalia, que estaba al lado de Eduardo, exclamó; —Allí estú—extendiendo su mano en dirección al río.

Es?—preguntó Florencia levantándose y dirigiéndose á Daniel.

El jover abrió entonces la ventana, calculó ia distancia de la casa á la orilla del agua, que so dejaba conocer por el rumor de las olas, y conociendo que la luz estaba en el agua, cerró la ventana y gritó:

Luisa?

El corazón de todos latía con violencia.

Luisa, que había estado con su manecita en el candelero desde que recibió la orden, llegó con la luz antes que el eco de su nombre se extinguieso er el aposento.

Daniel puso la luz contra el vidrio, y después de haber percibido el movimiento convenido en la luz marítima, cerró los postigos y dijo:

—Vamos.

Florencia estaba trémula y pálida como el marfil, Madema Dupasquier, tranquila y serena.

AMALIA 15.—TCMO III

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