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vos y reposar un rato, la enferma volvió á hallarse mejor. Además, la idea de que pronto iba a dejar de respirar aquel aire que la asfixiaba, y salvar á su hija, era el mejor tónico para su debilidad presente.

J 1 Según las instrucciones de Daniel, sólo había luz en el aposento de Amalia, cuya única ventana daba al pequeño patio de la casa. La sala, que servía de aposento á Luisa, y el comedor, cuyas ventanas daban hacia el río, y sus puertas hacia el camino, estaban completamente obscuras.

Florencia estaba más pálida que de costumbre; y su corazón latía con esa irregularidad que acompaña á las situaciones inmediatamente, precursoras de un desenlace que se anhela y se terme. Un peligro inminente iba á correrse. Pero en el blando espíritu de la mujer no cabe el recuerdo de si misma cuando peligran también la vida de su madre y la de su amante.

La joven sonreía á aquélla. Miraba tierna y amorosamente á su. Daniel; y en el cristal bollísimo de sus ojos, una humedad celestial se desparramaba.

Daniel salió; habló un buen rato con Ferníu, y volvió luego diciendo:

—Van á dar las diez de la noche. Es necesario que vayamos é les ventanas del comedor, á esperar la señal de la ballenera, que no debe tardar.

Pero es preciso que Luisa se quede aquí y que lleve la luz á la sala en el momento en que yo se la pida. Entiendes, Luisa, lo que tienes que hacer?

& —Si, si, sebor—contestó la vivisima criatura.

—Vamos, pues, mazzá—dijo Daniel tomando