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color, y que ostentaba una enorme divisa, y un no menos grande puñal á la cintura.

—Conque, temprano—le decía la cuñada de Rosas.

—Sí, señora, antes de las siete estoy en casa de usted á darle cuenta.

—Pero, si antes hay novedad, me manda avisar en el momentowww —Sí, señora.

—Yo he de estar aquí toda la noche, ó hasta que sepamos de Juan Manuel. Pero, mire, no le dé cuartel á ninguno. Ya sabe que todos los que se fugan se van á Lavalle.

—No hay cuidado—contestó aquél con una sonrisita que parecía decir: «No necesito de esa recomendación.» —Victorica va á recorrer la costa desde el fuerte hasta la Boca—prosiguió doña María Josefa.

—Ya lo sé, señora; y yo voy & relevar á Cuitiño, que está haciendo la ronda desde la Batería hasta San Isidro.

—Eso es. Hay un ratón que ya una vez se escapó de la jaula, pero se me ha puesto que le hemos de hacer caer tarde o temprano. Váyase de una vez. Ya sabe que para estas cosas yo hago las veces de Juan Manuel. Vaya, despidase de Manuelita, y hasta mañana.

Y el personaje que iba á relevar á Cuitiño se separó de la hermana politica del Dictador: ese individuo era Martin Santa Coloma, uno de los principales corifeos de la Mazorca, cuyas manos quedaron, en 1840, bañadas en la sangre de sus defensores compatriotas.