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No le dije & usted que no se encuentra á la efiora verdad?

Oh, es terrible 1 —La engañan á usted en muchas cosas.

—Ya lo sé. En todo, y todos me engañan.

Todos?

LE

—Menos usted, Victorica.

Y para qué engañar aliora?—repuso el jefe e policía con un brusco movimiento de howros, que parecía decir: «Estemos jugando el todo, la hora ha llogado, y no tenemos á quien engañar, si no es á nosotros mismos.> —Y tatita, ¿qué fuerza tiene? La verdad tamnién.

Oh, eso es fácil! El señor Gobernador tiene □ Santos Lugares, de siete á ocho mil hombres.

Y aquí?

Aquí?

S, en la ciudad, pues?

Todos y ninguno.

—¿Cómo?

—Que según las noticias que nos lleguor del ampamento maana ó pasudo mañana, hemos do ener un mundo de soldados, ó nos hallaremos con ue no tenemos ninguno.

Ah, sí, sí, ya lo sé l—repuso Manuela con vicza, al comprender lo que le pareció al principio na paradoja de Victorioa. Ella sabio mejor que adie el crédito que debía dar & las palabras de os seres envilecidos que la rodeaban; que sólo ran braves con el puñal, sobre la víctima inerne.

Y me dará usted las noticias—prosiguló,n cuanto las reciba esta noche, si tatita no me scribe?

—No lo sé, soñorita, porque ahora mismo parto AMALIA 14.—TOMO III