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sas; hasta natural serís, que hubiese soportado por él todo género de privaciones y sacrificios, desde que ninguno como él lisonjed sus instintos, estimuló sentimientos de vanidad hasta entonces desconocidos para esa clase, que ocupaba por su condición y por su misma naturaleza el último escalón de le gradería social.

A las promesas, á las consideraciones, Roses agregaba los hechos; y las persones de su familia, los principales de su partido, su hija misma, por decirlo todo, se rozaban federalmente y hasta bailaban con los negros.

Nada sería, pues, en el estudio de esta época curiosa, ver esa parte de la plebe porteña entusiasta y fanática por aquel Gobierno, que así la protegía y la consideraba.

Pero lo que llama, eí, la atención y concentración del espíritu, y que deberá preocupar más tarde á los regeneradores de esa tierra infeliz, son los instintos perversos que se revelaron en aquela clase de la sociedad, con una rapidez y una franqueze inauditas.

Los negros, pero con especialidad las mujeres de ese color, fueron los principales órganos de de lación que tuvo Rosas.

El sentimiento de la gratitud apareció seco, sin raíces en su corazón.

Allí donde se daba el pan á sus hijos, donde ellas mismas habían recibido su salario, y las prodigalidades de una sociedad cuyas familias pecau por la generosidad, por la indulgencia, y por la comunidad, puede decirse, con el doméstico; allí llevaba la calumnia, la desgracia y la muerte.

Una carta insignificante, un vestido, una cinta con un estambre azul é celeste, era ya una arma;