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llamas enrojecidas saliendo de las puertas del inficro.

14 El gran corralón, los patios, la Oficina, toda la casa, a excepción de las habitaciones del Dictador, representaban un verdadero hormiguero.

Todo el mundo federal entraba y salía en aquella casa. ¿A qué? A cualquier cosa. Allí se había de saber, primero que en ninguna otra casa, el triunfo ó la derrota de Lavalle.

Había, sin embargo, una clase de vivientes que entraban en la casa de Rosas y buscaban la presencia de Manuela con un objeto exprofeso, sincoro y real: las negras.

Uno de los fenómenos sociales más dignos de estudiarse en la época del terror, es el que ofreció la raza africana, conservada apenas en su sangre originaria, y modificada notablemente por el idioma, el clima y los hábitos americanos. Raza africana por el color. Plebe de Buenos Aires por todo lo demás.

Desde los primeros días de nuestra revolución, la magnifica ley de la libertad de vientres vino en amparo de aquella parte desgraciada de la humanidad, que había sido arrastrada también hacia el virreinato de Buenos Aires por la codicia y crueldad del hombre europeo.

Fué Buenos Aires la primera que en el Continente de Colón cubrió con la mano de la libertad la frente del africano, pues, donde estaba el agua del bautismo, no quería ver la degradación de la especie humana. Y la libertad, que así la regeneró y rompió de sus brazos la cadena de siervo, no tuvo en la época del terror ni más acérrimo, ni más ingenuo enemigo que esa raza africana.

Yada seria que hubiese sido partidaria de Ro-