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y humanitarios partidarios de Rosas se movían cada uno como cuatro, corriendo al galope de un lado al otro de la ciudad anunciándose. recíprocamente la aproximación de Lavalle y haciendo espléndidos juramentos federales. Y aun cuando la crónica contemporánea no alcanzó á averiguar hasta qué punto tomaba parte el valor en aquella estrepitosa y movediza decisión, y hasta qué punto la tomaba el miedo, porque todos los extremos se tocan en la Naturaleze, y suelen proceder aparentemente de causas contrarias los mismos resultados, lo que hay de cierto es que muchos se movían, y gritaban mucho, siendo su punto de reunión general, después de fatigar sus caballos y sus pulmones, la casa del héroe vivo y de la heroína muerta; donde, á falta de uno, que se hallaba en Santos Lugares, y de la otra, cuyo paradero Dios lo sabe, estaba la que debíe pagar por todos: esa pobre hija de Rosas, destinada á presenciar todo lo más repugnante de un sistema «perfecto de relajación y de sangre, y á rozarse con cuanto había de repulsivo, de inmoral y do oínico en un sistema de cosas que había subvertido el orden natural de la sociedad, y alzado el barro de su fondo á la superficie, donde se sostenían innatos el crimen y la degradación de la especie huinana, — Toda la cuadra de la casa de Rosas estaba obstruida por los caballos federales. Y como á ningún federal de esa especie podía faltarle cola, y como un recio viento del Sudeste enfilaba la calle, sucedía que las cintas de las colas federales las plumas que coronaban sus frentes, agitadas por el viento y alumbradas por el sol clarisimo de septiembre, pareclan de lejos espirales de