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Que usted no se irá hasta que yo lo avise.

Que irá usted á la escuadre esta noche y traerá la respuesta de la carta que voy á entregarle, de las ocho & las diez de la mañana.

— Que recibirá usted dos baúles mañana á la oración en su casa, y los embarcará 7 llevará usted mismo á la escuadra cuando yo se io avise.

Precio convenido, el que usted ponga.

—Eso es lo mejor respondió el inglés frotánElose las mancs, eso es lo mejor. Así hablan los hombres. Ahora no me hace falta sino la carta.

—Va usted á tenerla—repuso Daniel levantándose y pasando su escritorio mientras quedaba alculando el precio que pondría á todas sus conisiones el contrabandista de tabaco en España y de hombres en Buenos Aires.

Y no cra él solo. Muchos eran los que se ocuoaban de ese tráfico desde 1888 hasta 1842 en Buenos Aires. Y aunque ellos obrasen por el interés que les producía su arrojo, no es menos cierto que á ellos se debe la vida de centenares de bueos y patriotas ciudadanos que, sin la protección le ese inusitado contrabando, habrían caído bejo el plomo ó el puñal de Rosas.

Los más notables personajes de la emigración activa fueron salvados de Buenos Aires en las baJeneras contrabandistas, y la juventud casi toda mo salió de otro modo que como salieron Paz, Agrelo, etc.; es decir, bajo la protección de homores como Mr. Douglas. Y hay que recordar un echo bien explicativo por cierto, y es que, cuanElo la deleción era ten pródigamente corresponElida, y cuando no pasaba un día sin que las auoridades de Rosas la recibiesen de hijos del país, en todos esos extranjeros, italianos, ingleses, nor-