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las miradas, y la expresión del horror quedó en relieve sobre sus expresivos semblantes.

—Así es—prosiguió don Cándido, que las lágrimas me corrían de hilo en hilo al considerar á tanta familia que va á quedar en la miseria, si por una casualidad, por un evento, por un azar, las armas refulgentes de la libertad no dan en tierra con estas cosas, en que nadie mejor que tú, Daniel, sabe y puede decir que yo no tengo ninguna parte activa, hija de mi voluntad, de...

Dos golpes en la puerta de la calle cortaron la palabra en los labios de don Cándido, y mientras los dos secretarios quedaban en el escritorio, Dauiel pasó á la sala y abrió él mismo la puerta que daba al patio, para ver quién era, sin poder todavía dominar eu su espíritu ni en su semblante la terrible impresión que acababan de hacerle las palabras de don Cándido. Pues que, a través de sus mal expresadas ideas, ambos jóvenes habían penetrado hasta el pensamiento de Rosas, y comprendió con horror el fin que se proponía el tirano, elaborando en secreto la medida con que pensaba arrojar á la última desgracia, al hambre, á todos sus enemigos, si triunfaba.

Ab! ¿es usted Mr. Douglas?—dijo el joven á un individuo que ya estaba en el patio.

—Si, señor—contestó aquél.—Me acaba de hablar doña Marcelina y...

7 Y le ha dicho á usted que yo lo necesito?

—Sí, señor.

—Es cierto. Entre usted, Douglas. Salió usted de Montevideo anteayer" ¿ —Sí, señor. Anteanoche.

—Mucho alboroto, ¿eh?

—Todo el mundo se está alistando para venir-