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los filósofos, sirve para el bien y sirve para el mal, razón por la cual yo prefiero la facultad de recordar que, según la opinión de Quintiliano...

—¡Eduardo!

¿Qué hay?—contestó éste entrando.

Cómo! Belgrano aquí?

—Sí, señor, y á él lo llamo para que me ayude á oir la disertación de usted.

—¿De manera que esta casa es un horno de peligros para mí?

—¿Cómo así, mi respetable maestro? — le preguntó Eduardo, sentándose á su lado.

¿Qué es esto, Daniel? Quiero una explicación franca, terminante, clara—prosiguió don Cándido dirigiéndose á Daniel, y separando su silla de la de Eduardo. Quiero saber una cosa que fije y determine y establezca mi posición; quiero saber qué casa es ésta.

—¿Qué casa es ésta?

—SI .

Toma! Una casa como cualquiera otra, mi querido maestro.

—Eso no es contestarme. Esta casa no es como cualquiera otra. Porque aquí conspiran los unitarios y conspiran los federales.

— Cómo así, señor?

—Hace un cuarto de hora que has recibido en tu casa a una mujer espla de ese cura endemoniado que ha jurado mi ruina y mi exterminio, y ahora se me aparece en tus habitaciones interiores y recónditas este joven misterioso que huye de su hogar y anda de casa en casa con toda la apariencia de un conspirador emboscado y sigiloso.

Acabó usted, mi querido maestro?

—No, ni quiero acabar sin decirte una, dos y