Lo que creo es que no resistirá quince días más en Buenos Aires. Es una de esas enfermedades que no residen en ningún órgano, que están difundidas en la misma vida, y que la secan y la extinguen por horas. Es tan profunda la afección moral de esa señora, que le ha enfermado ya el corazón y los pulmones, y la consunción la mate.
Pero el aire libre la va á volver a la vida, con la misma rapidez que la falta de él la está asesinando en Buenos Aires.
Y ella está bien decidida?—preguntó Bel— grano.
—Anoche convino en todo—contestó Daniel.
—Y hoy lo desea con ansiedad—agregó el doctor Alcorta, y está conforme en que Daniel se quede. Lo ama á usted ya, amigo mio, como si fuera su hijo.
—Lo seré, scior, y no lo soy mañana, ahora mismo, porque ella se resiste. Es supersticiosa como toda mujer de corazón, y teme de un enlace contraído en estos tristísimos momentos.
—Sí, sí, es mejor que así sea. ¡Quién sabe cuál es la suerte que vamos á correr! Que se salven siquiera las mujeres—dijo el doctor Alcorta.
—Menos mi prima, señor. No hay medio de hacerla decidirse.
Ni Belgrano?
—Nadie, señor—contestó éste, sobre cuyo corazón había ido á fondo la interrogación del doctor Alcorta.
—Son las dos de la tarde, amigos míos. Van ustedes hoy & San Isidro?
—Sí, señor, á la noche, y regresaremos antes del día.
—Cuidado, mucho cuidado, por Dios!