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w to desconsolador triste que impresionó visiblemente á sus amigos.

—Todo eso es la verdad, y este pueblo sufrirá toda la ira de Rosas, como la ha empezado á sufrir ya—repuso el doctor Alcorta.

—Sí, el pueblo, señor, el pueblo, cómplice hasta cierto punto de la bárbara tiranía que lo oprime, ha de pagar con su sangre, con su libertad y con su nombre, las vacilaciones de los enemigos armados del tirano y del egoísmo de los ciudadanos, indolentes á la suerte de su patria y á la suya propia. Correrá sangre, mucha sangre, si Lavalle se retira, y no habrá por muchos años que pensar en la caída de Rosas.

—Pero estamos hablando sobre conjeturas—repuso Eduardo. Hasta ahora el ejército sigue sus marchas. Ya veremos mañana, pasado mañana, cuando más. Entretanto nuestro buen amigo cree como tú y como yo, que nuestro plan particular es excelente. No es cierto?

—Sí; lo creo muy prudente, á lo menos—contestó el doctor Alcorta, á quien Eduardo había dirigido su pregunta.

—Eran dos idees que debías comunicarle—observó Daniel.

Lo sé todo ya. De lo primero, dudo.

—No, señor, no dude usted; verdad es que somos pocos apenas he podido reunir quince; pero seremos quince hombres bien resueltos. La azotea que debemos ocupar, al mismo tiempo que servirá de punto de reunión, servirá eficazmente para despejar toda la calle del Colegio, si el General, como se lo ruego, invade por Barracas suben sus fuerzas por la Barranca de Marcó, que es el punto nás señalado. La posición que he ele-