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—Vos le habéis arrebatado el corazón de Gertrudis.

Yo?

—Vos.

—Señora, usted está loca de atar, déjeme usted.

—Y moriréis bajo el puñial de Bruto.

—Si usted no se va, doy voces para que vengan y la echen.

—Y chorreará del hierro la sangre de vuestro protervo corazón.

— Santa Bárbara! Danie!!

i —Silencio.

—Usted es un espía de ese maldito cura. ¡Ahora lo comprendo, Daniel!

— Silencio! ¡no llaméis á Daniel!

—Y voy á hacer que la aten á usted con la soga del pozo. Daniel!

—¡Silencio!

—No quiero callarme, no quiero; usted ha venido de espía.

Daniel entró en la sala, atraído por los descompasados gritos de don Cándido, y comprendiendo poco más o menos lo que estaba pasando, preguntó con una cara muy seria:

Qué victima se inmola en sacrificio?

Viene de espia, Daniel, viene de espía—dijo don Cándido señalando á doña Marcelina.

Delira con las sombras de su crimmen!—exclamó aquélla sonriendo, saludando con la mano á Daniel, y saliendo de la sala; mientras, su Pilades se esforzaba en persuadir á Daniel de que aquélla era una mujer espía de Gaetc.

Trataremos de eso, ainigo mío, pero por aho-