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Ab ¿cómo se halla Gaete?

El hado lo ha salvado.

Se levanta?

—Todavia yace en su lecho.

Tanto mejor para mi amigo don Cándido.

Adiós, pues, doña Marcelina.

Y mientras ésta salía del escritorio por la puerta que conducía á la sala, Daniel pasaba por otra, en el extremo opuesto, que conducía á su aposento, llevando en su inano la carta que había recibido.

Don Cándido se paseaba en la sala, cuando volvió doña Marcelina, y súbitamente le dió la espalda, y se puso á mirar un retrato del padre de Daniel.

Doña Marcelina acercóse hasta él, y le dijo, poniéndole la mano en el hombro al mismo tiempo:

Sabes tú padecer?

—No, señora, ni quiero saberlo.

Gaete vive!—continuó doña Marcelina abuecando la vox.

La trompeta del juicio no hubiera hecho la impresión que esas dos palabras en el tímpano donde se estrellaron.

—Y me ha dado memorias para vos—prosiguid aquélla, siempre con la mano sobre el hombro de Bu Pilades.

—Señora, usted ha hecho pacto con el diablo para perder ini alma. Déjeme usted, déjeme usted, por amor de Dios.

—Os busca.

—Pues yo no lo busco á él, ni á usted.

Está coloso como un tigre.

—Que reviento.