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Cuándo?

—Esta madrugada..

Y salió?

—Anteayer. He aquí la carta.

Daniel leyó la que le entregaba doña Marcelina, uno de sus correos secretos, como se sabe, y quedó pensativo en su silla por más de diez minutos; tiempo que empleó aquélla en reconocer los títulos de las obras que había en los estantes, sonriendo y moviendo la cabeza, como si saludase & antiguas conocidas.

—¿Podría usted dar con Douglas, antes de las tres de la tarde ?

—SI .

Con seguridad?

En este momento está durmiendo el intrépido marino.

—Bien, pues necesito que usted le hable.

—Ahora mismo.

—¿Aquí?

—Sí, aquí.

—Y le diga que tengo necesidad de él antes de la noche.

—Así lo haré.

—Fijemos hora: lo espero de las cuatro á las cinco de la tarde.

—Bien.

—No pierda usted el tiempo, doña Marcelina.

—Iré volando en alas del destino.

—No, vaya usted caminando, nada más; no es hueno en esta época hacerse notable, ni por andar muy de prisa, ni por andar muy despacio.

—Seguiré el vuelo de sus ideas.

—Adiós, pues, doña Marcelina.

—Los dioses sean con vos, señor.