la fortuna que se les presenta á dos pasos. ¡Fatalidad, raro destino el que persigue á este partido, y con él á la patria—exclamó el joven pascándose siempre precipitadamente por el salón, mientras don Cándido le miraba estupefacto.
—Bien decimos entonces los federales...
—Que los unitarios no sirven para un diablo; tiene usted razón, señor don Cándido.
En ese momento, dos fuertes aldabazos se sintieron en la puerta de la calle.
V PÍLADES ENOJADO
Don Cándido se estremeció.
Daniel cambió de fisonomía como si le hubiesen quitado una cara y puesto otra: antes visiblemento alterada y descompuesta, ahora tranquila y casi risueña.
Un criado apareció, y anunció á una señora.
Daniel dió ordon do que entrase.
—Me irá, hijo mío?
—No hay necesidad, señor.
—Es verdad que yo no quisiera irme, sino esperar á que tú salieras para acompañarte.
Daniel sourióse. Y en ese momento, una mujer que sonaba como si estuviese vestida de papel picado, con un moño federal de media vara y unos rulos negros, duros y lustrosos, sobre una cara redonda, morena y gorda, tal como si el médico