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—Bicn, ya me voy, joven inexperto y alucinado.

Pero en lugar de dirigirse á la puerta, don Cándido se dirigió á uno de los balcones que daba frente á frente con la misma fonda, y el alma le volvió al cuerpo al ver que nadie había en la pucrta de ésta.

Volvióse entonces y extendió su mano para despedirse del oficial del archivo, quien, no teniendo la mínima duda de que don Candido acababa de escaparse de la Residencia, se guardó muy bien de poner su mano entre las suyas.

—Adiós, joven hisofo y nuevo en la escuela del mundo. Ojalá pueda pagar á usted y á sus respetabilísima familia el eminente é inolvidable servicio que acabo de recibir.

Y don Cándido bajó con toda su estudiada gravedad las escaleras, mientras el joven se quedó mirándolo y riéndose.

Pero no bien el maestro de primeras letras hahía llegado a la esquina de esa cuadra, andando siempre en dirección al Retiro, cuando otra comitiva federal doblaba del colegio hacia la fonda, y se encontró de manos á boca con don Cándido.

Este no bajó, saltó de la acera, y, con el sombrero en la mano empezó á hacer profundas reverencias.

Los otros, que tenían más ganas de almorzar que de saludar, y muy habituados que estaban.

& esa clase de cumplimientos, siguieron su camino, mientras don Cándido se quedó saludándolos hasta por la espalda.

Vertiginoso, latiéndole las sienes terriblemente, y sudando á ríos, dobló al fin por la calle de la Victoria en dirección al campo, y fué á entrar