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pujar y codear para abrirnos camino por medio de una oleada de negras, viejas, jóvenes, sucias unas y andrajosas, vestidas otras con muy luciente seda, hablando, gritando y abrazándose con los negros, soldados de Rolón ó de Raveko, mientras otras se despedían á gritos, marchando á Santos Lugares; ya teniendo que empararnos en el umbral de una puerta, para que los caballos á galope, azuzados por el rebenque de la Mazorca que pasa en tropel haciendo que hace en el gran plan de defensa de su genio, no invada la acera y nos atropelle; & ya, en fin, andando más de prisa para evitar las miradas curiosas que atishan por la rendija de un postigo entreabierto, donde se asema una pupila inquieta y buscadcra, queriendo interrogar hesta á les piedras para saber lo que pase, qué fortuna se cierne en ese instante sobre la cabeza de todos, sobre el lecho del viejo, sobre la cuna del niño; para saber si el corazón ha de latir de miedo ó de esperanza todavía; si sol he de ponerse el último para ésta, ó ol postrero para la terrible ansiedad que devora el espíritu y el cuerpo. Y corriondo, deslizándonos con e: lector sobre esa ciudad cuyo piso tiembla, cuyo aire tiene olcr á sangre, donde schre las nubes no parece haber Dios, donde sobre el suelo no pareco haber liombres, falta de todo, menos de la agonía del alma, las creaciones asustadoras de la imaginación y la lucha terrible de la esperanza, que se escapa ó se postra en el pecho, con la realidad, con la verdad, que subyuga y aniquila y mata esa esperanza misma corriendo aquí y al, de repente nos hallaremos con un personaje serio tieso, que con su inseparable bastón va pasando por la puerto de la Sala de Rupresentantes, con un aplo-