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siquiera como le situación que lo rodeaba. Y nada hay más cierto, sin embargo.

Rosas, jamás fué militar. Y en aquel conflicto no hizo otra cosa que amontonar hombres y cañones, carretas y caballos, en los estrechos reductos de Santos Lugares; esperándolo todo de la casualidad, del terror de sus enemigos, y del miedo en sus servidores, que parece haber sido la única túctica de ese hijo predilecto de una fortuna, la más siniestra para la humanidad, tanto en las guerras de 1840 & 1842, como en la que sostienė en la época en que estos cuadros so delinean.

Alistados á sus banderas, no faltaban algunos oficiales generales del tiempo de la Independencia, y como tales, viejos veteranos, que se hablan criado entre los grandes planes militares y la disciplina severa, sirviendo á las órdenes de los primeros capitanes de aquella guerra gigantesca. Y las medidas de Rosas, como general en jefe del ejército, en aquellos momentos en que todos jugaban su porvenir, si no su vida, era la pesadilla diaria de aquellos soldados de la Independencia que no veían sino el absurdo y la ignorancia, ó la más completa apatía en las disposiciones del Dictador que revelaban una corapleta ausencia de las nociones más simples del arte de la guerra. Para ellos era incomprensible que sólo con roudas, para ver si hallaban algún unitario con armas; con visitas á los cuarteles, para no encontrar aíno montones de hombres sin discipline ni espíritu de soldado y con hacinar enjambres de hombres y de animales en un estrecho campamento, se pudiese asegurar ol triunfo, ó siquiera una resistencia regularizada, llegado el caso de un ataque serin sobre aquel punto, ó de una sorpresa á la ciudad.