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hecho encontraros; ¿me juráis volar á su encuentro para comunicarle la catástrofe que os amenaza á los dos?

• —Sí, señora, voy á verlo dentro de una hora. Perome jura usted, por su parte, no volver á detenerme en la calle, páseme lo que me pase?

¡Lo juro sobre la tumba de mis abuelos !exclamó doña Marcelina, extendiendo su brazo y ahuecando la voz, cuyos ecos se perdieron bajo las bóvedas de la pequeña portería del convento de las capuchinas.

Poco después, don. Cándido bajaba á largos pasos por la calle del Potosí, dobló por la de la Florida, tomó por la de la Victoria, y descendió al Bajo por la plaza 25 de Mayo, dejando la fortaleza á su derecha.

Eran ya las tres de la tarde, hora, en invierno, en que los porteños no abandonan jamás su vieja costumbre de salir al sol, sean cualesquiera los sucesos políticos que sus rayos alumbren.

La alameda estaba cuajada de gente. Cinco tiros de cafión disparados por la bateria, que desde el principio del bloqueo se había colocado en el Bajo del Retiro, tras el magnífico palacio del sefor Laprida que entonces ocupaba Mr. Slade, Cónsul de los Estados Unidos, habían arrebatado de las calles á cuantos las transitaban en aquel momento, y traídolos para averiguar la causa de los cañonazos.

Esta no era otra, sin embargo, que la que daba lugar todos los días á iguales detonaciones; es decir, la aproximación á la costa de alguna ballenera francesa que sondaba el río, & venía á reconocer algún lugar convenido, donde debía atracar bajo la obscuridad de la noche para recibir emi-