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Vaya no más, Corvalán.

El edecán se disponía á salir.

Ah! lléguese á casa de María Josefa y digale que haga lo que quiera. Que si son unitarios, no le importe de nada.

—Muy bien, Excelentísimo Señor.

—Mire; véase á Mariño y dígale...—La voz de Rosas y la atención de todos fué suspendida por la detonación de dos descargas sucesivasi Yera y su hijo, Alvarez y Vélez, acababan de caer asesinados por el plomo de Rosas, como diez minutos antes había caido Calviño bajo el bárbaro ouchillo federal !

—Dígale, pues, á Mariño—continuó Hosas con la más inaudita tranquilidad—todo lo que hay por aqui; digale, también, que parece unitario, porque están muy flojos sus artículos.

Esto decía Rosas en los momentos en que la Gaceta Mercantil chorreaba sangre, azuzaudo é los lebreles de la federación al exterminio de todos los unitarios.

Y Corvalán, así cargado de comisiones, cada una envolviendo una muerte ó una desgracia, monto á caballo con menos seguridad que la con que su nombre tenía de pasar tristisimamente á la posteridad, si no como un autor de orímenes, porque en efecto no lo fué el general Corvalán, á lo menos como un modelo de sumisión y de obediencia pasiva al tirano á quien sirvió por tantos años.

Pero no bien su caballo había dado algunos pasos, cuando el cebador de mate lo alcanzó y Îlaó al edecán de parte de Rosas.

El iejecito se desmontó con trabajo, y tropezando con su espadin y las charreteras bailándole,