Un instante después apareció Mariano Maza, jefe de un cuerpo llamado de la Marina: hombre que más tarde debía jugar un sangriento y repugnante papel en las guerras de Rosas.
Era entonces como de treinta y cinco años, de estatura regular, rubio y de fisonomía gatuna y siniestra, donde estaban dibujados francamente los instintos del mal y del vicio.
Presentóse con su gorra militar en la mano, delante del que tenía en su frente, tibias y en relieve, las manchas de sangre de su tío y de su primo hermano.
" Rosas lo miró sin diguarse saludarlo, y le preguntó:
—No están en su cuartel unos que trajeron ayer?
—Sí, Excelentísimo Señor.
Cuántos son?
—Son cuatro, Excelentísimo Señor.
—¿Cómo se llaman?
Maza sacó un papel de su bolsillo y leyó:
—José Yera, español.
—Gallego, diga.
—José Yera, gallego, y su hijo.
—Estos los mandaron de Imbos, ¿no?
—Sí, Excelentisimo Señor.
Y los otros?
—Un tal Vélez, cordobés, y Mariano Alvarez, porteño.
Esos son todos?
—No han traído más, Excelentísimo Señor.
—Bueno; fusilelos.
Maza hizo una profunda reverencia y salió; mientras que Rosas volvió á sus pascos.
Al cabo de cinco minutos se paró y dijo: