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casa! ¡Ay de la amado que esperaba a su amante !

Un golpe en la puerta de la calle, y todos se precipitaban & las habitaciones interiores.

M El corazón quería adivinar.

La imaginación lo extraviaba.

La realidad arrancaba un suspiro y una sonrisa.

Era un momento de calma, de transición á otro momento de inquietud, de zozobra, de miedo, que debía durar toda la noche, todo el siguiente día, y días y semanas todavía.

¿Qué ha sido de las familias de Buenos Aires?

¿Cómo se ha podido vivir en esta agonía latente, sin que esos espasmos de la sangre, sin que esas contracciones del alma y las arterias no consumieran la vida y no arrastrasen á la demencia ó al suicidio?

El sueño. Pero ni el sueño era permitido siquiera. Los serenos debían venir cada media hora despertar á las gentes con un grito de muerte.

No. Ni Roma bajo los emperadores militares, ni antes de los excesos de sus más brutales tiranos ni en la historia moderna de Inglaterra durante sus despotismos religiosos, la Francia durante sus reinados criminales, la España durante la hoguera, ofrecen el cuadro de una sociedad entera en la horrible situación de Buenos Aires, en los meses que describimos, en 1840.

Los tiranos en todas partes han perseguido un partido, una idea. Pero en ninguna han perseguido á la sociedad con una pequeñísima parte de la sociedad misma.

Las proscripciones pegadas en la puerta del Senado Romano, hacían saber siquiera quiénes eran