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ración parocía no «fermentar» ya en el pecho de sus entusiastas hijos; pues que sallan sin espuma las preguntas, las respuestas, las conversaciones todas, que tenían con el jefe de día los jefes á quienes se acercaba, y lo que allí pasaba, sucedía en todas partes y en todas las clases... Causa sin fe, sin conciencia, sin entusiasmo del corazón, que vacilaba y desmayaba al primer amago de sus adversarios politicos... sacerdotes sin religión, que besaban el suelo cuando el ídolo se columpiaba sobre su altar de cráneos.

Daniel lo veía y lo estudiaba todo, y se decía á sí mismo á cada paso:

—Doscientos hombres solamente, y toda esta gente se la entregaba atada de pies y manos al general Lavalle.

Eran ya las tres de la mañana cuando el general Mansilla se dirigió & su casa, en la calle del Potosí.

Daniel lo acompañó hasta aquélla. Pero él no quería que el cuñado de Rosas durmiese inquieto por sus confidencias, y le dijo, al llegar á la casa:

— General, usted ha desconfiado de mí, y lo siento!

—Yo, sefior Bello?

—Si; conocedor de que toda nuestra juventud se ha dejado fascinar por los locos de Montevideo, ha querido sondearme diciéndome cosas que no siente, porque yo sé bien que el Restaurador no tiene mejor amigo que el general Mansilla ; pero felizmente usted no ha visto en mí sino patriotismo federal. No es cierto ?—preguntó Daniel fingiendo la expresión más tímida del mundo.

—Cierto, ciortc—le contestó Mansilla apretándole la mano y sonriendo de aquel pobre y cán-