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dora venia á consumar venganzas de opiniones poIfticas. Mas ellos sabfan que el caudillo llamado federal, los había precipitado á una vida de responsabilidades privadas, en las cuales ya no entraba la política sino la justicia; y temían.

Los hombres pertenecientes al club de la Mazorca, manchados con cuanto género de crimenes pueden conducir al cadalso, comprendían bien que eran millares de familias las que tenían descargado sobre ellos el anatema justísimo á que se habían hecho acreedores, porque sus insultos individuales no podían traer sino venganzas y castigos individuales y su vez, temblaban del triunfo de Lavalle.

Los que tenían un deudo en el ejército libertador recordaban que era una cuestión de sangre la que se iba á resolver á sus ojos; y temfan de los combates.

Los que no habían dado jamás pruebas prácticas de su entusiasmo foderal, motivo suficiente para la clasificación de unitario, sufrían la inquietud consiguiente á la incertidumbre de los sucesos pendientes; y temblaban por la patria y por ellos, al imaginarse una desgracia en el ejército libertador.

Y he ahí, pues, que toda la sociedad, de uno y de otro color político, sus clases, complicadas en la actualidad por las opiniones ó por las obras, por los parientes ó por los amigos, toda entera estaba conmovida y pendiente su espíritu del más leve incidente que ocurria.

Daniel, que marchaba al lado de Mansilla, percibía a menudo el movimiento de las ventanas, ó las sombras en las azotcas, comprendía perfectamente cuanto acabamos de decir.