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zados esos lumirosca principios federales que usted propaga, en la Gaceta!

—Cuando no haya ningún unitario, descubierto ni disfrazado—respondió el escritor federal.

—Eso es lo mismo que le decía yo esta tarde al señor Gobernador delegado.

En ese momento, un ayudante del jefe de día vino á llamar á Bello y á Mariño de parte de aquél.

Subieron.

De pie, en derredor de una mesa, doce ó catorse individuos tomaban una copa con el jefe de día.

Pero, cosa rara! era la tercera ó cuarta vez que vaciaban sus copas, y ningún entusiasta brindis federal había resonado bajo las bóvedas de aquel palacio, que escuchó en otros tiempos los brindis á la Ebertad y á la patria, Mariño llegó á tiempo de beber con ellos, y tampoco dijo una palabra.

Vamos, Bello, ¿qué toma usted?— dijo el general Mansilla..

— Nade, señor, nada de comer; pero beberé una copa por el pronto triunfo de nuestras armas fedorales.

—Y la glorie eterna del Restaurador de las Leyes—agregó Mansilla; y todos cuantos allí había bebieron su copa, pero en silencio.

Comandante Mariño!

—Pronto, señor—contestó éste acercándose al general Mansilla, que le dijo, separado de los demás:

—Haga usted que toda esta gente se acueste; la cosa puede ser larga, y no es bueno que se fatiguen tanto.

Hago levantar el puente?

—No hay para qué.