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Pero vamos juntos.

—No, General; voy á subir á la ciudad á acompañar á este amigo mío que pensó pasar la noche con nosotros, pero que se ha indispuesto.

Toma! Si ustedes. los mozos de ahora no sirven para maldita la cosa.

—Eso es lo mismo que yo le decía á usted esta inañana.

—No pueden pasar una mala noche.

—Ya usted lo ve.

—Bueno, vaya ligero, nos reuniremos en el fuerte; allí cenaremos.

—Hasta de aquí á un momento, General.

—Ande pronto.

Eduardo hizo apenas un saludo con la cabeza al general Mansilla, y subió con su amigo por la barranca del Retiro.

Diez minutos después, Daniel abría la puerta de su casa; entraba en ella con su amigo; y poco más tarde, volvía á salir solo, cerraba la puerta y montaba de nuevo en su caballo, en su ágil, nuevo y brioso caballo, el mejor de cuantos había en la poblada estancia de su padre.

Al pasar por el gran arco de la Recova, vió al jefe de día y á su comitiva que subían á la plaza de 25 de mayo, y volvieron & saludarse junto á los fosos de la fortaleza, donde entraron después de las formalidades militares.

La noche seguía hermosa y apacible; y en el gran patio del fuerte, y en los corredores de lo que fué en otro tiempo departamentos ministeriales, apiñados estaban, fumando y conversando, todos los alcaldes y jue de paz de la ciudad, con sus tenientes y ordenanzas; la mitad del cuerpo de serenos y gran parte de la plana mayor;