ció al general Mansilla, que hacía ese noche el servicio de jefe de día.
—Usted por aquí, Bello?—contestó el General.
—Sí, señor; yo por aquí, después de haber andado más de una legua por la costa del río á ver si daba con usted, pues que no lo he encontrado er las inmediaciones de ninguno de los cuarteles de la ciudad. No hay más: me debe usted un caballo, pues que el mío ya no puede más, después de la que ha corrido en su busca.
—Pero quedó usted en ir á casa á las once, y he salido á las once y cuarto.
—Entonces, yo tengo la culpa?
—Por supuesto, Bien, me conficso culpable, y no reclamo el caballo.
—Convenido.
Y hay novedad, General?
—Ninguna.
Pero yo le he pedido á usted que quiero ver á nuestros soldados en sus cuarteles.
—He empezado por los del Retiro, y nos faltan todos los demás.
2 Y se dirige usted ahora?
Al fuerte.
—¡A que están dormidos!
Tomal alcaldes y jueces de paz, húgame usted el favor, qué soldados!
Bien, General, ¿qué camino va usted á llevar?
—El del Bajo, porque voy primero á la batería.
—Bien, nos encontraremos en la plazoleta del fuerte.