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bres animales no podian andar tres leguas á la carrera tendida, y poco a poco fueron desobedeciendo á sus amos, y perdiendo su fuerza.

Seguían, sin embargo, incitándolos, cuando el ¡quién vive de un centinela llegó súbito al oido de los jóvenes; estaban bajo las barrancas del Itetiro, donde se hallaban acuartelados el general lolón, un piqucte de caballería, y media compafía del batallón de Marina que mandaba Maza, y que hacia la guardia del cuartel, pues que el batallón, como se sabe, había marchado el 16 de agosto para Santos Imgares.

¡Gracias a Dios! ¡La patria!—contestó Daniel parando su caballo, al mismo tiorpo que el de Eduardo, de cuya rienda dió un tan fuerte tirón, que al brusco y desigual movimiento del animal, casi saltó el jinete de la silla.

7. Qué gente?—continuó el centinela, —Federales netos—respondió Daniel.

—Pasen de largo.

Y ya volvía Eduardo á tomar el galope, cuando una ronea y vibrante voz les gritó:

— Alto!

Los jóvenes so pararon.

Una comitiva de diez jinetes descendia por la barranca del cuartol de Maza.

Tres de aquéllos se adelantaron á reconocer á los que venían por el camino del Bajo. Y examinándolos detenidamente estaban, cuando el resto de la comitiva llegó junto á ellos.

—Me debe usted un caballo, General—dijo Danicl con ese tono de confianza que sabía tomar en los ruomentos inás difíciles, y con el que desarmaba al más malicioso y perspicaz, luego que cono-