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Pero no son tres, son dos solamente.

—No; he visto tres... es que están en linea con nosotros.

— Eduardo no oyó más, y dió vuelta á su caballo en dirección á los jinetes que distaban como quinientos pasos. «Sesgaba,» pues, el camino, perdia tiempo, y era lo que quería Daniel, que siguió, siempre al lado de su amigo.

Los desconocidos, al ver á aquellos hombres que se venían sobre ellos á la carrere, tendida, tiraron de las riendas á sus caballos, y esperaron lo que ocurriese.

Los jóvenes pararon sus caballos á cuatro pasos de ellos; y Eduardo se mordió los labios al ver que eran un pobre viejo y un muchacho, los que le habían hecho perder cuatro ó seis minutos de marcha recta; y sobre todo al comprender que había sido un artificio de Daniel.

Salir de su error, dar vuelta su caballo, y volver á tomar de nuevo la carrera, todo fué obra de un segundo.

Daniel, por ese cálculo frío con que sabía olasificar la importancia de los sucesos, equivocándose rara vez on su vida, tenía la seguridad de que no alcanzarían á Mariño llevándoles veinte minutos de delantera, en el corto camino de tres leguas; confiado en que el redactor de la Gaceta no era hombre de ir contemplando á la Naturaleza, sino de correr aprisa para dejar cuanto antes aquellos solitarios caminos, y ya casi sin temor ninguno, dejaba correr á Eduardo, persuadido de que no había otro inconveniente que el de der una rodada, como lo había dicho.

Los caballos de Daniel eran superiores; de él era el que montaba Eduardo; pero al fin los po-