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Oh, está ya á muchas cuadras de nosotros, Amalia.

  • —Pero si no ha pasado, y sólo por aquí se va al camino.

—No, mi hija, no; Fermin es buen gaucho, y sabe que al animal que dispara no se le persigue de atrás; estoy seguro de que ha bajado la barranca, y que á tres ó cuatro cuadras ha subido y dado vuelta hacia los olivos por el camino de arriba... Allí está, ¿lo ves?

En efecto, á dos cuadras de la casa sola, orillando el camino a la derecha y dejando un poco á la izquierda los olivos, se veía un hombre sobre un caballo obscuro que á galope corto seguía el camino; y un momento después se oyó la voz de ese hombre que cantaba una de esas melancólicas y espirituales canciones de nuestros gauchos, todas diferentes en la letra, y semejantes en la música.

Después se le vió parar el galope y tomar el trote hacia los olivos, siempre cantando. Perdióse luego entre los árboles, y pocos instantes después se le vió salir de ellos como una exhalación, repasando en un minuto el camino que había audado.

—Corren á Fermin, Daniel.

—No, Amalia.

—Pero mira, ya no se le ve.

—Lo comprendo todo.

Pero qué comprendes?—preguntó Eduardo que carecía de ese talento de observación que poseía Daniel en tan alto grado, y que le había hecho conocer la ciencia del gaucho como la de la civilización.

—Lo que comprendo es que Fermin no ha en-