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nocle—les respondió Amalia, excesivamente pálido y descompuesto su semblante.

—¡Por Dios, Amalia! ¿Qué hay—le preguntó Daniel con su impetuosidad natural, mientras Eduardo se ceforzaba por entrar en las habitaciones obscuras, cuya puerta había cerrado Amalia y parándose delante de ella.

—Yo lo diré, yo lo diré, pero no entren.

Pero hay alguien en esas piezas?

—No, nadie hay en ellas.

Pero, prima rafa, por qué has dado ese grito, por qué estás pálida?

He visto un hombre arrimado á la ventana del cuarto de Luisa que da hacia el camino; crei al principio que sería Pedro ó Fermin, me aproximé para convencerme; y descubierta por ese hombre al acercarme á los vidrios, dió vuelta precipitadamente, se cubrió el rostro con el poncho y se alejó casi á la carrera, pero al separarse de la ventaria, los rayos de la luna alumbraron cu cara y lo conocí.

Y quién era, Amalia?—preguntaron jóveneslos dos — Mariño!—exclamó Daniel, mientras Eduardo se retorcía los dedos.

—Sí, él era, no me he engañado. No pude contenerme y di un grito.

—Todo nuestro trabajo está perdido—exclamó Eduardo paseándose precipitadamente por la sala.

No hay duda, he sido seguido por él al salir de casa de Arana—dijo Daniel reflexionando.

En seguida el joven se asomó á la puerta que daba al río, y llamó á Pedro que acababa de salir de la sala con el servicio de la mesa.

El voterano so prosentó en el acto.