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Carmen de Burgos

alentándolo en las causas justas, predicando una ley de perdón que dulcificara el castigo de los culpables... A veces, en los hermosos cuadros de sus sueñcs, las mejillas de la joven adquirían las tintas de la flor del granado al ver pasar rápidamente una pléyade de seres alados, mitad gnomos, mitad ángeles, cuyas preciosas cabecitas reproducían sus facciones y las de Julio, como si hicieran un solo ser de los dos.

Julio, más amante cada vez, le dirigía cartas apasionadas; los preparativos de la nueva casa le ocupaban, haciéndole olvidarse de sus tareas jurídicas, á pesar de hallarse en vísperas de actuar en un importante uicio oral.

Entretanto, ese ser abstracto al que llamamos tiempo, fantasma creado por nosotros mismos para te-