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Alternativa Feminista

Y ahí estoy, sentada en la cocina, con todo acomodado y guardado en su sitio y ¡bendito sea! en batón. Acabo de pesarme y peso lo mismo que esta mañana. Pero bueno, es el primer día de regimen. El tarro de salsa golf está escondido en la lata de los fideos, el pollo está en el hor- no y no tengo nada más que hacer hasta que llegue Ramón. Así que me dedico a soñar. Me imagino flaca de nuevo, como antes de casarme. Me imagino con un pan- talón blanco. Me imagino toda una escena erótica con un hombr.> alto, delgado y moreno. El rui- do de la llave en la cerradura, casi me hace saltar de la silla.

—¡Hola, gorda! —Me abraza y me besa, está de buen humor, no trajo chocolates. Mira den- tro del horno, mira la fuente de ensalada, y mueve la cabeza.

— ¿Estamos otra vez a régi- men? — Se va a lavar las manos, gero no protesta por la cena.

Es una cena pacífica. Como, discretamente, un cuarto de po- llo. Ramón se come casi todo el resto. El también está gordo, muy gordo. La camisa le hace ochitos sobre la panza. Después de cenar se juntan los platos en la pileta, tomamos café. Ramón propone ir a tomar un helado. Heroicamente, me niego.

Ya en la cama, no puedo leer Estoy inquieta. Me haría falta comer algo dulce, me haría falta algo. Hago como que leo hasta que él apaga la luz. Apago mi velador también y lo abrazo. El

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está de espaldas. Le acaricio el pecho, la panza. Me gustaría poder acariciarle más abajo pero no llego. Los dos estamos dema- siado gordos. Le tiro del hom- bro para que se dé vuelta, que se ponga de frente.

— ¿Qué querés?— Me mira la cara, en la penumbra. Le sonrío y alzo los hombros, tratando de parecer seductora. Pobre de mi.

— Dejame dormir, no tengo ganas— dice él, sin bronca, y se vuelve a poner de espaldas. Saco la cuenta.

— Cuarenta y tres días— digo en voz baja.

— ¿Qué?

— Nada.

Cuando Ramón se duerme (es fácil darse cuenta por la respi- ración) me levanto en silencio de la cama y voy hasta la coci- na, enciendo la luz y me derrum- bo en un banquito. Cuando puedo me seco las lágrimas, saco el tarrito de salsa golf de la lata y una cuchara del cajón. Cuando se termina lo tiro, lo tapo con la yerba del mate y lavo la cu- chara. En silencio y a oscuras, wuelvo a la cama. Ramón sigue durmiendo, de espaldas. Me aco- modo boca abajo en la cama, me acaricio vagamente. Trato de recordar, gestos, palabras. Al- go tibio, deseo. No hay nada. Con las manos debajo del cuerpo busco con los dedos el lugar exacto. Lentamente, empiezo a reconstruir en mi cabeza las frases del camionero, palabra por palabra. :