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Alternativa Feminista

nos de la humanidad, la suerte de los pueblos, de su economía; de su libertad, la han deci- dido los ejércitos, la Iglesia, los gobiernos, es decir, todas esas instituciones compuestas por grupos minoritarios que se hicieron dueños del mundo?

¿Por qué ese grupo dispuso de nosotras en forma inconsulta, sin permitírsenos inter- venir en los derroteros amargos o gloriosos de la humanidad, expropiaron nuestros cuer- pos, nuestros derechos, nuestras libertades, nuestras opciones?

Esa carta, donde se cuenta cómo las mujeres fueron más fuertes que sus compañeros en las calamidades, cómo pudieron tomar el mando de los bergantines y remontar un río o el mar y llegar a un despoblado, sobrevivir ellas y ayudar a esos hombres que sin la va- lentía de sus mujeres hubieran sucumbido, nos demuestra cómo fueron ignoradas, oculta- das por la historia.

Y hoy esta historia de olvido se repite en nuestro país. El voto de las mujeres, para dar un ejemplo cercano, fue decisivo en el triunfo electoral del actual gobierno. Sin embargo, nuevamente se ven desplazadas de los lugares claves que —salvo contadísimos casos— están ocupados por los hombres que han de regir el destino de esta nación. Porque ellos decidirán sobre la suerte de nuestra población, dispondrán sobre el pago de la deuda externa, sobre el divorcio, sobre el aborto, sobre la permanente diferenciacióA de roles entre los hombres y las mujeres.

Me desconsuelo y me siento triste porque sé, sabemos que podemos, que somos ca- paces, que podemos deliberar y decidir sobre nuestro destino de mujeres como parte in- tegrante de la sociedad; y porque sin embargo tenemos que aceptar que nuestro avance es mínimo y que seguimos siendo protagonistas olvidadas y silenciadas en un mundo donde predominan hombres, con su poder arbitrario, con domingos invadidos por el fútbol, las carreras de automóviles y de caballos. En un mundo en que las mujeres, pese a sus luchas y acciones, aún siguen estando en el plano contemplativo y donde ese poder se detenta para la desigualdad, la injusticia y la destrucción.

Pero así como en 1556 Isabel de Guevara hizo oír su voz ante el ovido de sus haza- ñas, así nosotras, como feministas luchadoras, seguimos levantando nuestras protestas y reclamos para que las mujeres podamos ocupar el lugar que nos pertenece, al lado de los hombres y juntos conseguir un mundo mejor, un mundo donde no veamos más ancianos, mujeres embarazadas y niños sobre los techos de sus precarias viviendas inundadas, pi- diendo un colchón o una manta seca para abrigarse de la lluvia y del frío y algún alimento para calmar el hambre permanente.

Hesperia Berenguer



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