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de fecundidad. Así, la incorporación de la mujer produciría un impacto positivo dentro de una política más generalizada del control de la natalidad, mediante un cambio en su comportamiento reproduc- tivo.

Desde esta concepción de desarrollo, la incorporación de la mujer no implica, necesariamente, una modificación de su relación de subordinación. Por el contra- rio, pueden agudizarse las actuales for- mas de explotación de la fuerza de tra- bajo femenina.

Es así que cuando se plantea la nece- sidad de la participación femenina en el desarrollo, sea necesario puntualizar a qué tipo de desarrollo se hace referencia y en qué forma se registrará esa partici- pación.

Un nuevo estilo de desarrollo auto- generado y colectivo (collective self- reliance) requiere de transformaciones

¡ estructurales en las relaciones sociales, en la esfera económica y en !> estructura de poder. El desarrollo entendido como un todo redefine en sí mismo la participa- ción, que sólo puede entenderse como participación democrática, como partici-

  • pación en la toma de decisiones.

Cuando reconocemos la importancia de la participación de la mujer en el pro- ceso productivo, lo que está presente es la incorporación a una nueva perspectiva de desarrollo a través de la democracia participativa. Sólo a partir de esta forma de inserción en el proceso se podrán lo- grar las metas de igualdad en el trabajo; de lo contrario, la brecha de la desigual- dad se irá profundizando. Un enfoque que considere a la mujer sólo como “re- curso humano” no modificará las rela- ciones de dominación sobre las que su participación se asienta.

Una relación natural entre dos seres humanos, diferenciados por el propio cuerpo de cada uno, sirve de base a una

diferenciación social, a una relación do»

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minación-sometimiento: La diferencia ción histórica introduce la dominación como forma de organizar los sujetos.

RELACION HOMBRE-MUJER COMO RELACION DE PODER

La dominación está presente en la di- ferencia. La relación hombre-mujer es producida como relación de poder, como el ejercicio de una relación de fuerza que se reinscribe permanentemente en las distintas formas en que el poder se ex- presa en una sociedad determinada; la relación dominación-sometimiento resul- ta así el meollo de la relación hombre- mujer.

Analizar la condición de la mujer des- de las relaciones de poder implica consi- derar el poder en un sentido amplio más allá del aparato del Estado.

En toda relación, el poder está presen- te, se expresa y manifiesta en multiplici- dad de formas. Donde existe poder, éste se ejerce. El enfoque implica redefinir el poder y considerarlo en el doble aspecto de su ejercicio: en el uso de la coerción y el castigo, y a su vez en tanto poder que utiliza la satisfacción, el placer para ejer- cer su dominio. En este doble aspecto re- side su fuerza. Un poder que reprime y satisface, perpetúa su dominio. Las rela- ciones de poder son múltiples, atraviesan todas las instancias de la sociedad, se ejercen a través de todas sus institucio- nes; la familia, la escuela, e incluso a tra- vés del propio cuerpo de los sujetos. Como bien dice Foucault, el cuerpo es objeto de poder y banco de un mecanis- mo que lo desarticula, lo recompone, lo moldea, lo hace más flexible, más dócil, más útil.

En la relación hombre-mujer, el some- timiento de la mujer no se ejerce a través de la coerción, sino que el propio sistema organiza la satisfacción, produce deseos y permite la perpetuación del modelo de |