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La dicotomía entre lo legal (ideal) y lo real se acentúa en la década del 80, con- secuencia de la crisis económica, que au- mentó el desempleo, restringió la concu- rrencia al mercado de trabajo y desplazó a contingentes de mujeres que habían si- do convocadas en la fase de expansión. Estos fenómenos tienen, por supuesto, algo que ver con el desencanto actual de ciertas líderes feministas que se destaca- ron en la década del 70, como Betty Friedan y Germaine Greer. Hasta para ellas se volvió claro que no era posible modificar la condición femenina sólo a fuerza de voluntarismo o por el éxito individual de algunas. La reacción de al- gunas de esas mujeres fue una retirada a una situación anterior, en muchos pun- tos. A esa línea de feminismo le faltó una articulación más consecuente con otros movimientos de transformación, lo que les hubiese permitido cuestionar el poder central. Esa es la tarea que está de- lante nuestro.

Ese mismo conflicto de posiciones también ocurrió aquí (en Brasil) y pue- de ser considerado como una de las cau- sas de un reflujo en la actuación políti- ca del movimiento. Es que para algunas, el movimiento feminista es, como tan- tos otros, una lucha por el poder (que quieren compartir con los hombres); mientras que, para otras, es una lucha contra el poder, al menos contra el po- der configurado como está hoy en día. No es la simple incorporación del mode- lo masculino por algunas mujeres lo que va a resolver la cuestión, sino que es ne-


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cesario un cuestionamiento de ese mis- mo modelo (impuesto ideológicamente por los hombres) y su sustitución por nuevas formas de relacionarse no autoritarias y más igualitarias. Lo que incluiría una retribución más homogé- nea de las diversas funciones entre hom- bres y mujeres, funciones que se exigen hoy sólo de uno o de otro. Eso no pa- rece posible sin profundas modificacio- nes en la esfera del trabajo, tal como existe actualmente. No por ser éste un sector de predominio masculino es un paraíso para los hombres.

Todo lo cual implicaría una profur da revolución cultural, que Marcuse de- finió en los siguientes términos: “La emancipación de la mujer no debe ser concebida sólo en el sentido de la igualdad de derechos, sino, antes que na- da, como una afirmación de nuevos valo- res, nuevas exigencias, nuevas satisfac- ciones, que¡os hombres, con los actuales medios de producción no pueden sat':*1- cer como hombres”'. La mecanización, al deserotizar toda una importante di- mensión de la actividad humana, restrin- gió lo erótico exclusivamente a la sexua- lidad(y, muchas veces, solamente a la sexualidad genital). Erotizar el mundo es mucho más de lo que se pretendió llamar “liberación sexual” (como si las personas pudiesen liberarse por partes), y nada tie- ne que ver con las imágenes fabricadas de “mujer liberada” (similar al modelo mas- culino de Don Juan que colecciona mu- jeres). Tiene mucho más que ver con un proyecto de sociedad más propicio al desarrollo global del ser humano.g

1MARCUSE, HERBERT. Eros y Civilización,

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